Nevermind: El grito de dolor que marcó una generación

Cómo Nirvana revolucionó el rock con su segundo álbum

Cómo Nirvana revolucionó el rock con su segundo álbum

El impacto de Nevermind en la cultura popular

Nevermind fue un disco que nadie esperaba. Cuando salió al mercado en 1991, sorprendió a millones de personas que no sabían cómo etiquetar esa mezcla de rabia, dolor y melodía que emanaba de las canciones de Nirvana.

El boca a boca fue más rápido que la propia industria musical, y en poco tiempo se convirtió en un fenómeno global. Los medios de comunicación se apresuraron a inventar o adoptar términos como “grunge”, “indi” o “alternativo” para definir el nuevo sonido que venía de Seattle.

El estilo desaliñado y desencantado de Kurt Cobain se convirtió en el referente de muchos jóvenes, y se generó una onda expansiva similar a la que habían provocado los Sex Pistols o los Ramones, según la cual no hacía falta ser un virtuoso para formar una banda.


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La sencillez y la genialidad de Nevermind

A primera vista, Nevermind podría parecer un disco simple y rudimentario. Las bases rítmicas son potentes pero básicas, la guitarra tiene un sonido sucio y distorsionado, los solos son escasos y torpes, la voz tiene una técnica muy peculiar…

Pero lo que hace especial a este disco es su nivel compositivo extraordinario y su capacidad para convertir la amargura en algo bello.

Nevermind está lleno de melodías simples pero sorprendentes, que juegan con las expectativas del oyente y acaban en notas inesperadas.

Los acordes contribuyen a crear un ambiente caótico y oscuro, alternando entre el modo mayor y el menor sin ningún criterio aparente, encontrando el acorde más improbable y adecuado para cada momento, combinando notas que normalmente se descartarían y creando con ellas melodías magistrales.

No es fácil hacerlo, hay que tener el talento de Kurt Cobain para componer maravillas como In bloom, Lithium, Drain you o Polly.


Por sí te lo persiste ↓


La expresión del malestar en Nevermind

Nevermind refleja un ambiente opresivo y decadente, pero a la vez melódico, pegadizo y perfectamente radiable.

Lejos de los tormentos metaleros o góticos, Cobain supo expresar su ira de forma delicada y femenina, aunque sin renunciar a desgarrarse la garganta, algo que parecía obsesionarle.

El tono de Nevermind tiene que ver con el de una rabieta infantil, caprichosa, egoísta e inmadura pero no por ello menos terrible, desoladora y sincera.

La fórmula que empleó para expresar tanto malestar era magistralmente simple: la del subidón.

Casi todas las canciones tienen una primera parte en que la guitarra no lleva distorsión, la voz canta grave y bajito, etc., que da paso a un subidón ruidoso en que, a grito pelado, aparece una nueva melodía más aguda e hiriente (a veces es la misma, en la octava superior) con su base distorsionada al uso.

En fin, nada que no conociéramos bien de antes. Pero insisto: no es fácil hacerlo, hay que ser Kurt Cobain para lograrlo.

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